El 12 de octubre no es una fecha para celebrar. No celebramos la conquista ni el despojo. Seguimos luchando contra el extractivismo y el saqueo de nuestros territorios ancestrales, contra la corrupción y la impunidad, y contra el racismo estructural del Estado y las élites económicas, que no permiten el desarrollo del país.
Por ello la Asamblea Social y Popular estamos realizando reuniones territoriales en los cuatro puntos cardinales. El 2 y 3 de octubre desarrollamos la Asamblea Territorial Oriente, en la resistencia de Casillas frente a Minera San Rafael. En esta Asamblea analizamos los procesos del capitalismo salvaje y la economía criminal, y cómo afectan en nuestro territorio, destruyendo la naturaleza, las fuentes de agua y la cohesión social. Pudimos visitar la comunidad de La Cuchilla, llamada comunidad fantasma porque está prácticamente reducida a escombros y solo habitan 16 de las más de 80 familias que vivían ahí antes. Es la comunidad más cercana a Minera San Rafael.
El 7 y 8 de octubre realizamos la Asamblea Territorial Costa Sur, en una región azotada por el monocultivo de palma y caña de azúcar. Las empresas desvían ríos y acaban con el agua al perforar pozos cada vez más profundos. La expansión del monocultivo reduce los terrenos para cultivo de maíz, frijol y otros alimentos básicos.
El 11 y 12 de octubre nos encontramos en la Asamblea Territorial Occidente, para definir nuestras rutas de acción en este momento de crisis profunda del Estado y de lucha para su transformación, a partir de un nuevo pacto social construido desde los pueblos.
Este doce de octubre no celebramos: fortalecemos la organización comunitaria y las alianzas con otros actores, para construir un nuevo país desde nuestras diversidades.
Nunca más una Guatemala sin los pueblos.
¡¡¡Con todos los pueblos, Florecerás Guatemala!!!
Asamblea Territorial Oriente: contra el capitalismo criminal
Asamblea Territorial Costa Sur: unidad para cambiar Guatemala
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Retomar el hilo de nuestra historia
Daniel Matul
Recordamos haber aprendido en nuestros estudios primarios que el 12 de octubre de 1492, un joven genovés llamado Cristóbal Colón, llevó a cabo el “Descubrimiento de América”. La glorificación oficial “educativa” afirmaba que este hecho histórico, había permitido a nuestros “paganos” pueblos la oportunidad de ingresar a un mundo “civilizado”, alcanzar la “salvación” y abandonar para siempre el estado de barbarie. Más tarde, con profunda indignación, descubrimos que aquella instrucción intentaba sembrar en las mentes, la absurda dicotomía superior-inferior; civilizado-salvaje, equivalentes a la insistencia del ahora binomio: desarrollo-subdesarrollo.
El conjunto de valores, concepciones de universo, lenguas, caracteres, orgullos, tradiciones, símbolos, olores, colores, sonidos, sabores, creencias y modos de comportamiento, que hacen posible la textura de nuestra identidad, fue reprimido como salvajismo y como inferioridad. Tal negación de identidad humana sirvió para fundamentar el saqueo, el genocidio y la depredación. Españoles, portugueses, británicos, holandeses y franceses se disputaron las fabulosas fortunas. En los primeros 150 años, miles de toneladas de plata y cientos de oro arribaron a Europa, y potenciaron su incipiente desarrollo comercial y manufacturero.
El modelo homogeneizante todavía pervive en la habitualidad del Estado. Negando al otro, se imponen símbolos, cultos, fiestas patrias, próceres, himno, bandera, visión de mundo, idioma; inventos con los cuales, supuestamente, deben identificarse los guatemaltecos. Se hace creer que Guatemala tiene una sola cultura, una misma identidad, única visión de universo. Sin embargo, desconocer la diversidad ha traído consigo la imposición unificadora, el aliento del racismo, la centralización del poder económico, político y la violencia epistémica.
Junto a ello continuamos subyugados ya ni siquiera a políticas públicas, sino a decisiones personales cuyo propósito ya no es asimilarnos a la sociedad y a la cultura colonialista, sino a uno u otro partido político por míseras regalías cotidianas. La responsabilidad actual consiste en retomar el hilo de nuestra historia, como historia no acabada que busca la realización de su sí mismo negado, que va en busca de su libertad, bajo el amparo de sus mitos y de sus símbolos. La prudencia debe de prevalecer sobre la coacción a fin de permitir la justicia sustancial, por supuesto, requiere del análisis profundo de nuestro ser y sus factibilidades. Ya no podemos continuar recurriendo a la violencia, ya no podemos continuar negándonos los unos a los otros, necesitamos la palabra y el diálogo para decidir nuestra propia identidad humana.
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